Coronel Quinteiro y teniente coronel Arrechea, jefes del Regimiento 3 de infantería planificando su avance sobre Puerto Belgrano. Foto: “La Revolución del 55”, Isidoro J. Ruiz.

Por Leonardo Racedo

El 16 de septiembre de 1955 estalló nuevamente una sublevación militar en
Córdoba y en otros lugares del país como Puerto Belgrano, donde se levantó la
Flota de Mar. La mayoría de las Fuerzas Armadas permaneció leal al Gobierno
democrático, pero actuando en líneas generales, con una marcada parsimonia.
No fue éste el caso del Regimiento de Infantería Mecanizado Nº3 con asiento
en La Matanza.

Hasta la conducta tenida por el propio general Juan Domingo Perón, Presidente de la República, fue un tanto reticente. Durante todo ese fin de semana y los días que se sucedieron, partidarios y opositores se extrañaron de su pasividad ante los graves acontecimientos que estaban marcando el futuro de la Nación y el suyo propio. Toda la responsabilidad para sofocar la amenaza al gobierno democrático recayó en el Ministro de Ejército de la Nación, general Franklin Lucero.

Fue así que el general Eduardo Lonardi encabezó la sublevación del 16 de septiembre, dos días antes había viajado desde Buenos Aires hasta Córdoba para dirigir el copamiento de la Escuela de Artillería. La V División, leal al Gobierno, cercó al general rebelde. Ante este panorama, viendo que la situación era desfavorable, pidió a la Marina que acelerara el levantamiento.

Claro que desde Puerto Belgrano las cosas no marchaban mejor. Estos habían comenzado con un bombardeo aéreo naval al leal Regimiento 5 de Bahía Blanca. Los mismos repelieron el ataque con fuego antiaéreo a la espera los refuerzos que venían en auxilio desde Buenos Aires. La III División de Caballería al mando del general Eusebio Modesto Molinuevo se movilizaba hacia el sur de la provincia; había recibido la orden de sofocar el núcleo revolucionario naval próximo a Bahía Blanca. Lo acompañaban el Regimiento 2 de Artillería, el Destacamento de Zapadores 3, y el fuerte y veterano Regimiento 3 de infantería Motorizado.

El 3 de Infantería ya había recibido su bautismo de fuego y de sangre durante el alzamiento de la Marina en junio de ese año. Sus hombres soportaron los asaltos de la Aviación Naval en su avance a Ezeiza, el hostigamiento de los biplaza de entrenamiento North American AT-6 en la avenida Crovara, y el ataque de los cazas Gloster en Plaza de Mayo. Su jefatura confiaba que el adiestramiento recibido en tiempo de paz, sumado a la experiencia bélica, lo convertían en un elemento decisivo y la Base de Puerto Belgrano no podría oponerse a su empuje.

El Regimiento matancero partió de su cuartel en La Tablada una vez que estalló la revolución y tomó camino al sur por la ruta Nº3 con destino a Tres Arroyos bajo el mando del coronel Carlos Quinteiro. La columna era de 47 kilómetros de largo. Impulsaba al Regimiento 3  una gran confianza en sus propios elementos, ya que a su poderío bélico se le reforzó con un batallón de tanques. Pero, su poderosos caños antiaéreos Oerlikon no fueron de la partida, ya que acudieron a las inmediaciones de la Casa de Gobierno, este hecho inquietaba a sus jefes, ya que les desproveía de defensa en caso de ataque aéreo. Tamaña responsabilidad en sus accionar se le otorgó por ser éste Regimiento considerado el “más poderoso y el más leal” según la opinión de su segundo jefe, el teniente coronel César Camilo Arrechea. Tanto éste como el coronel Quinteiro planificaron el accionar  y concluyeron que su misión de tomar Puerto Belgrano no les llevaría más de dos días.

Si ya era para recelar la orden del general Francisco A. Imaz, Jefe de la División de Operaciones en el Estado Mayor, sobre marchar sin artillería antiaérea para defenderse de un muy probable ataque a una Base Aeronaval, la nueva orden enviada al Regimiento 3 de interrumpir el avance hacia Puerto Belgrano y dirigirse a Azul, para apoderarse del Arsenal Naval “Azopardo” donde se proveía de armamento la Base Naval, sembró más dudas que certezas. La fuerte columna motorizada debía desviarse en retroceso, tomando camino hacia el noroeste. Allí, cuando se aproximó a su objetivo, aguardando el alba para examinar el terreno y luego atacarlo, se supo que el Arsenal era leal al gobierno, lo que alimento la sospecha de Quinteiro y Arrechea de que la demora era promovida en forma “muy especial” por el Comando que los dirigía.

El 3 de Infantería se reorganizó y en la mañana del domingo 18 de septiembre comenzó la marcha, ahora en dirección a Laprida, pues ya sabían que la Marina había cortado la aproximación a Puerto Belgrano desde Tres Arroyos, volando puentes y caminos. El avance proseguiría hasta Pringles, donde se encontraría con la División de Caballería.

Pero a eso de las once, un bombardero PBY-5A “Catalina” observó el desplazamiento del Regimiento y comenzó a sobrevolarlo a 3.000 metro de altura sumándose otros dos aviones más para el embate. Comenzaron los aprestos para recibir un ataque aéreo inminente. Los “Catalina” cayeron en picada y lanzaron su mortal ataque a los que el 3, que lejos de amilanarse ante la situación, rompió fuego contra los agresores navales. Una vez pasado el primer bombardero, a los pocos minutos se sucedió otro, en esta oportunidad fueron lo ya viejos adversarios North American A.T 6, mismas aeronaves que atacaron al Regimiento el 16 de junio sobre la intersección de Crovara y San Martín en La Matanza.

El terrible ataque con bombas de 50 kg y ametralladoras fue recordado por parte de quien lo recibió y así lo explicó en “La Revolución del 55” de Isidoro J. Ruiz Moreno, el teniente coronel César Arrechea:

“Fue unos de los momentos más difíciles de la marcha, pues el ataque fue muy efectivo, rasante, con ametralladoras, con desprecio total de su vida por los pilotos de la Aviación Naval”.

Al avistarse la primera escuadrilla que picaba hacia tierra, el ayudante de Arrechea, sargento primero Roque Arturo Negro, abrió la puerta del comando donde viajaba y  gritándole: “¡Baje, Baje, mi teniente coronel!” Arrechea comprendió el peligro que Negro corría y empujándolo bajo una lluvia de fuego de las ametralladoras de los N.A corrieron a resguardarse. Al llegar a cubierto el sargento comenzó a ver su sangre en la cabeza y alcanzó a decir: “Mi teniente coronel: mi hijo…” fueron sus últimas palabras, “murió en mis brazos” recordaba con dolor Arrechea.

Además del sargento primero, murieron en combate los soldados Fermina y Lafarciola, resultando heridos seis suboficiales y ocho soldados.

Pasado el ataque, el Regimiento llegó a Laprida. Su población era marcadamente antiperonista y tuvo inconvenientes en abastecer de combustible a los vehículos. A todo esto se le suma una nueva y controversial orden del general Imaz. “Dejar los vehículos allí y marchar en tren hasta Tornquist para atacar mejor a Puerto Belgrano”. Una orden que disgustó profundamente a sus Jefes, puesto que el Regimiento 3 estaría de esta manera a 150 Kilometro del objetivo y podría ser destrozado impunemente.

-“No voy a cumplir esa orden” dijo Quinteiro a quien estaba al otro lado del teléfono, el general Imaz. A lo que este le replicó:

-“Usted será responsable” cortando la comunicación fastidiado.

Fue así que la unidad emprendió camino nuevamente a la tarde. La aviación naval apareció de nuevo y el asedio fue terrible, los navales atacaban como mosquitos. El Regimiento 3 perdió en esos ataques el 50% de su material rodante. El infierno fue soportado todo el día y solo se aplacó a la noche, donde en estado maltrecho y amparado por la oscuridad, la unidad pudo arribar a Pringles muy tarde, iniciado el día 19. Pese al estado de situación Quinteiro y Arrechea, luego de entrevistarse con su jefe el general Molinuevo, tomaron la decisión de continuar la marcha hacia Puerto Belgrano, pese a sus muertos y heridos, sabiendo ya que el Regimiento 1 de Caballería había tomado la decisión de volverse a Buenos Aires.

Ese mismo mediodía del 19 de septiembre las radios anunciaban el renunciamiento de Presidente Perón. Mientras el Regimiento 3 de Infantería Mecanizado se encontraba vivaqueando en Pringles y pronto a recibir órdenes de proseguir el avance, fueron sobrevolados por aviones navales que cubrían con miles de volantes incitándolos a deponer sus armas. Fue entonces que el general Molinuevo se rindió y fue conducido a Puerto Belgrano. Pero, desacatando la rendición incondicional manifestada por su general de División a la cual pertenecía, tanto el 3 de Infantería como el destacamento de tanque blindados que acompañaba se negaron a reconocer su compromiso: estaban decididos a seguir la lucha contra la Armada. Fue entonces cuando el Capitán de Navío Jorge Enrique Perren comandante de la Base Puerto Belgrano ordenó, para el día 20, un bombardeo a gran escala sobre las posiciones del 3 de Infantería, previa intimación a deponer la actitud del regimiento matancero.

North American A.T.6, viejo rival del Regimiento 3 de infantería. Foto: “Historia de la Aviación Naval Argentina tomo I”.

Ya con la nueva Junta de Gobierno encabezada por el general Lonardi en el poder, uno por uno los militares leales al Perón fueron capitulando. Restaba pues, como únicas unidades en pie de guerra, las comandadas por el general Iñiguez en Río IV y en el sur de Buenos Aires el valiente 3 de Infantería.

A horas tempranas del martes 20 de junio de 1955 se dispuso bombardear las posiciones comenzando por los tanques al mando del capitán Giménez. Los navales alistaron tres bombarderos “Catalina” con bombas de 200 kilos apoyados por un Avro Lincoln. Cuando el bombardeo aéreo era inminente los pilotos navales notaron que los tanques desplegaban bandera blanca.

Ahora solo quedaban en Pringles el diestro 3 de infantería, quien permaneció todo el ese día en posición de combate. Llegadas las 20:20 su jefe, el coronel Quinteiro envió un telegrama diciendo:

“Para su conocimiento y evitar inútil derramamiento de sangre, comunico a usted que desde el día 19 del corriente y caducas las autoridades nacionales, el Regimiento Motorizado 3 General Belgrano resolvió no continuar con la lucha y en esta situación nos encontramos acantonados en la ciudad de Coronel Pringles”.

Desde Puerto Belgrano, el ambiguo mensaje fue respondido exigiendo al coronel Quinteiro presentarse allí antes del mediodía, caso contrario serian bombardeados. No querían correr nuevamente ningún riesgo con este aguerrido Regimiento.